Pegados a un enchufe
Qué gran invento los Androids y los iPhones, ahora tienes que pagar por cosas que antes te venían gratis con el móvil, ¡qué gran avance! Para las compañías, claro. Porque antes te comprabas un móvil y te venía en él todo lo que necesitabas: calculadora, lector de archivos, agenda, alarma... lo esencial, ¿para qué querías más? Ahora caminamos hacia el mundo de los "multidispositivos" en uno, un teléfono móvil no es un teléfono móvil, ¡resulta que es un ordenador! Para llamar hay que tener una computadora. ¿Y qué consigues con eso? Pues que tengas que pagar las aplicaciones que quieras usar. ¿Quieres usar una alarma? A pagarla. ¿Quieres ver documentos? A comprar la aplicación o el visualizador. Y no te creas tranquilo y feliz tras haberlos pagado, no. No creas que ese visor que has conseguido y que tan bien lee hoy esos documentos te va a servir para toda la vida, ¡tal vez no te sirva ya ni dentro de un mes! En cuanto tengan suficientes ventas sacarán una nueva versión de esos documentos para otro lector diferente, más actual, y el tuyo ya no servirá. Pero no solo eso: ya no servirá tu aparato. Porque tu aparato -que sigue funcionando perfectamente- resulta que ahora ya no puede con el nuevo visor, que tiene muchos más colores, y que es una aplicación con más musiquita, más animaciones...
Y entonces tendrás que comprarte otro aparato. Y así, cerramos el círculo y siempre, siempre, siempre, seguimos ganando. Las compañías claro, no tu. Tú no interesas, tú solamente eres un puñado de dólares o euros andante.
Antes recargabas la batería de un móvil y te olvidabas de él en dos, tres días... incluso una semana, si no hacías muchas llamadas. Pero ahora, ¿qué móvil te dura una semana sin recargar? Ninguno. No lo cargas una vez al día, no, ahora lo tienes que cargar dos. Y yo me pregunto: ¿es esto avanzar? ¿O estamos retrocediendo? ¡Ahora tienes que vivir pegado a un enchufe! ¿Es esto avance? ¿Es esto la nueva tecnología? Pues si es esto la nueva tecnología, creo que los móviles de hace diez años les dan cincuenta vueltas a los actuales. Ciertamente que no podías estar todo el rato conectado a Internet, "hiperlocalizable", "hiperlocalizado", ni leer el correo electrónico cada diez minutos, o las noticias de última hora cada quince, pero... ¿lo echaste de menos realmente alguna vez? ¿A que no? ¿Y por qué lo echas de menos ahora? ¿Es que hay tantas noticias que dar? Antes te retorcías un tobillo en la calle, y se lo contabas a tu madre cuando llegabas a casa, a tu esposa o esposo, o a tus amigos cuando los veías en el bar o en el parque. Ahora tienes que ir corriendo a meterte en Facebook. No, es más: tienes que irte corriendo y hacer una foto, para que te lo crean. Para que haya testigos. Para que así sea más fácil que los otros lo divulgen por todos lados. Que se pare el mundo, ¡que se detenga, que me he torcido un tobillo! ¡Que paren las rotativas!
La noticia más importante de la década: que te hayas retorcido el tobillo. Y quien dice tobillo dice comprarse un chicle o ver en el escaparate de una tienda un reloj de color rosa. Es más importante eso que emplear toda esa energía para empaquetar arroz y llevarlo a los hambrientos del tercer mundo. Hemos perdido la visión de las prioridades, la perspectiva. Resulta que ahora las compañías de telecomunicaciones te quieren hacer ver que la mayor pijada que te suceda tienes que contarla de forma inmediata alrededor del mundo entero. Y te anuncian a bombo y platillo el dispositivo o terminal con acceso a redes sociales, a todas las redes sociales, que no hay una, pues que cuatro, pues que cinco... cuantas más mejor. Cuanta más gente sepa cuándo te sacas los mocos o cuando estás estreñido y cuándo no, mejor.
Y claro, para estar en todos esos servicios te tienes que dar de alta: que si planes 3G, que si conexión por datos, que si ofertas y descuentos con tarifas planas sin límite de volumen... ¡tonterías! ¡Marketing! ¡Milongas! ¡Mentiras! Y luego, para darte de alta en todos esos servicios con mil cosas diferentes necesitas un navegador potente, y aplicaciones auxiliares, y plugins, y plugins de los plugins, y plugins para ver plugins... Y la última versión de software, y lo que nunca se vio: que se actualizara el firmware de un dispositivo móvil, ahora resulta que se estropea si no lo actualizas a las dos semanas de haberlo comprado. Te lo compras y a las dos semanas ya está obsoleto. Y dicen: "es la velocidad de la tecnología, de la innovación". Historias. Si no hay nada nuevo, si no inventan nada, es solo lo mismo de siempre con otro nombre, de otro color y usando las mismas redes. Pero aún así tienes que volver a actualizarlo, y prepárate, porque en la próxima actualización tu hardware ya se habrá quedado anticuado, y ese "mega-fashion-movil-dispositivo-multi-tactil-con-matriz-activa" no servirá ni de pisapapeles. Y tendrás que comprarte otro nuevo. Como salen gratis, ¿verdad?
Pero resulta que no, que no salen gratis...
¿Y qué estamos consiguiendo con todo esto? ¿Qué obtenemos? Pues conseguimos eso: perder la perspectiva de lo que nos ocurre y lo que ocurre en el mundo, de los problemas importantes. No sabemos lo que le ocurre a nuestro vecino, los problemas de nuestros padres o hermanos, pero conocemos los problemas de una persona que se ha hecho un vídeo gracioso en la otra parte del mundo y que jamás hemos visto, y que jamás volveremos a ver. La esclavitud de la novedad, una esclavitud tan antigua como la especie humana misma, pero que nos la venden con papel de celofán y nos obnubilamos. Nos quedamos hipnotizados como pipiolos.
No tenemos nada más que pasarnos por las redes sociales, echar un vistazo a Twitter o Facebook, ¿y con qué nos encontramos? Llenas de personas egocéntricas, soberbias, que sólo hablan de ellos y lo que les ocurre, "yo, yo, yo, y solo yo", adoradores de sí mismos, "yo esto, yo lo otro", encandilados por el sonido de su voz, por los flashes del falso escenario en que les han subido, sin darse cuenta que el escenario es solo una carpa de circo y que ellos son los payasos. Los payasos que alimentan a Bill Gates, a Mark Zuckerberg, a estrellas vacías del cine, de la música y del papel couché; a tantos otros diosecillos de plástico y plastilina, que no tienen nada más que presentar al mundo que su dinero. Pero con eso ciegan las mentes de casi todos, que les siguen como ratones a un queso.
Vuelvo a preguntar: ¿por qué antes no echábamos de menos todo esto? ¿Y por qué ahora lo necesitamos tanto? Tal vez convendría pararnos un momento y recapacitar sobre ello. Pero si quieres que te evite el trabajo de pensarlo, te lo diré: porque nos lo han hecho ellos imprescindible. Nos han puesto eso en nuestro cerebro gracias a sus buenas campañas de marketing, donde te venden felicidad en sobres monodosis y a precios asequibles. Pero no es real. No es real.
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