Último día de trabajo


¿Recuerdas tu último día de trabajo? Me imagino que sí. Yo he tenido tantos trabajos y tan variados (y algunos tan breves e incluso de días, algo impensable hace sólo unos años), que recordarlos todos es tarea complicada. Pero sin duda el que recuerdo con más cariño fue uno de los primeros que tuve. Me imagino que será debido a que por aquéllos años uno pensaba que podía encontrar otro trabajo fácilmente, y que la vida no sería tan dura como después resultó ser.

Lo recuerdo muy bien: tras cerrar la empresa, al día siguiente salí temprano de casa, más o menos a la misma hora en la que solía ir a trabajar. Era una mañana soleada, pero fría. Recorrí las mismas calles que solía pisar durante los últimos años para ir al trabajo, aunque ahora lo hacía relajadamente, sin prisas, sabiendo que no me esperarían ni jefes ni los sudores de una larga y dura jornada. Luego dí unas vueltas por las manzanas cercanas, disfrutando del día, simplemente.

Lo peor fue cuando volví a casa. Sentí como una melancolía, una depresión. Creo que en ese momento fue cuando me dí cuenta realmente que estaba sin trabajo, que aquéllos tiempos y aquéllos compañeros jamás volverían. Y que tenía que enfrentarme a todo un largo día sin nada que hacer, e intentar sobrevivir sin un duro a final de mes. Ya era oficialmente un parado, un número, una estadística. Un paria.

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